Julia Magistratti comparte dos poemas
de indescriptible belleza...
Su voz llegará a Ruido de Palabras
el sábado 8 de noviembre, en La Nave Kadmon.
El eclipse
Con un
carbón te pintaste la cara
y
tomaste el camino al espejo.
Alguien
gritó “vengan a ver el eclipse”
y te
quedaste alzada en tus propios brazos. Inmensa de tan triste.
Primitiva
de la naturaleza.
Una
madre apuró un pañuelo por si alguien decidía llorar.
-Lo que
le sucede al planeta, nos sucede.
Lo has
sentido cuando remontaste un barrilete
o
bebiste con sed de un canal en el Perú-
Ya
puedes volver a todos los espejos,
dejar piedras
en los caminos
para
que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo,
o criar
a tu conejo de la suerte
afinar
los pastos
encontrar
tu trébol.
Siempre
llega el eclipse cuando están las madres cerca.
Y su
secuela en la costura recién abandonada,
seguirá
en los años, comiéndote los ojos.
El agua
que chifla sola hirviendo en la cocina;
el
gusano del durazno sumergido en su placenta;
el
huevo que siempre cae cuando hay un eclipse.
Mi
madre es la que gritó, con la blusa a medio prender, y el cuello
extendido
al cielo.
Alguien
había dejado un libro sin señalar, otro la taza por la mitad
y una
sábana mojada.
Y yo no
caía en cuenta.
A la
hora del eclipse, mi madre
era una
niña olvidadiza, tremenda de sol
que yo
taparía con tierra.
LA COSTRA
Era el tiempo en que te lavabas la cabeza separada
del cuerpo,
por la falta de agua,
por tradición de mujeres de tocado.
Y como todas las cosas inconclusas,
te aparecía con los días
la costra en el cuello.
En el árbol del fondo
había una herradura oxidada,
mal presagio
“nos va a enterrar a todos”.
A medias quedó la casa,
con el árbol crecido
“desmadrado”, decían los vecinos,
a mí, que era huérfana.
La abuela juntaba frascos
para los dulces
y para las nenas.
Las nenas sin origen,
se iban en vicio igual que los ligustros.
Tenían la siesta entera de los patios.
Heredaban las lastimaduras
y los cardos de los fondos.
Todas las tardes eran descalzas.
Y a solas con los paraísos
desorientaban las flores,
hasta que aparecía un zapallo
del tamaño de la cara
y era como un hermano
que venía de debajo de la tierra
sin la promesa de la muerte.
En el cielo cabían las avispas, los panaderos
y las moscas.
Hacíamos
burbujas con la leche de los gatos, sucia
como un cuento repetido.
Y eran agrias las naranjas del invierno,
sin ombligo como los fantasmas.
Yo me hice mil veces en el barro
después de las lluvias.
Me oscurecía para que no me vean
las enfermeras
que cada tanto entraban en la casa
trayendo vírgenes en las estampas y
la mala suerte en las agujas.
Miraba la realidad por las ventanas.
El goteo del suero en las habitaciones;
mi delantal secándose en la soga,
la intemperie de los tapiales.
La vida era limpia y mataba.
Yo cuidaba las costras de mi cuello.
Si me amaban eran los finales.
Fui huérfana y sucia
hasta ahora.
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María Julia Magistratti nació en 1976 en Azul, provincia de
Buenos Aires, República Argentina.
Estudió
Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es
coordinadora institucional de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares y
dirige la revista Be Pé de las bibliotecas populares argentinas.
Libros
publicados: Alasitas (ediciones Honorarte, Buenos Aires, 2004), EA
(ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2007) y El hueso de la sombra (ed. Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011).
Participó
en varias antologías, entre ellas: “Poetas
Argentinas 1961-1980” selección Andy Nachón (Ediciones del doc); “Poesia Argentina” (Aquitrave, Colombia,
2008”); “Infancias”(ed. Años Luz).
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