lunes, 27 de agosto de 2012

Ana Claudia Díaz y el eco de un salvaje fuego...

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La estación del Inca.


“Quizá pueda describir la visión, ¡pero el aire del infierno no tolera los himnos!
Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz,
las nobles ambiciones, qué sé yo.”



La tierra muestra a traspié, y en ese ademan cara a cara
merodea tan vertiginosa, que a tientas se ve el escalón. 
                               
1.
La tierra muta en su rodar.
Es raro, el fondo antiguo del mar
ahora es el pico más alto del Himalaya.
Yo pienso, que los pájaros nunca vuelven hasta la cima
sino que construyen arcos de brasas para bajar al infierno marino
y de ahí, renacer en fabulosos fénix.

2.
Siglos de mar dulce
y de felinos bebes-jaguar: niños del sol
que nos transcurren
en rondas para invocar a los dioses.
Letanías del verbo memoria.

3.
Arriba, la noche triste
lanza enigmas sobre nuestros rostros
signos que parecen espejismos
ecos del salvaje fuego de algún volcán
divinas llamas amarillas que dibujan las sombras de la selva
y sus compases.

4.
Tiempo de ruidos que se alzan hasta la luna –gemidos-
para cristalizarse en el aire y caer luego, en forma de nieve
o en transparentes gotas sobre las montañas verdes
hasta formar ríos que los reflejen.
Manuscritos que se labran en la profundidad de las aguas.

5.
Casi nadie cruza las cuevas
los templos desconocidos
las terrazas de arena perdidas en la agonía del viento
porque temen quedar atrapados
en el temblor silencioso de la llanura efímera.

6.
La calma nunca es buena
llueve y hay un mensaje que se descifra en la velocidad del tigre, su vuelo
la lengua de los cielos
no es más que el horizonte que vemos en las radiantes pupilas
de los ojos del buey.

7.
De pronto, el vacio en el centro de la región
la pura y ambigua desolación, la intemperie.
El miedo me da una visión:
la repetición del yo en otros cuerpos desaparecerá
íntegra
hasta quedar solo, una médula de esmeraldas brillantes sobre un jardín de fósiles
formando un cuello largo lunar, un camino cósmico.

Ascendemos.
La sangre de las ruinas baja hasta el magma.
En lo alto, el esmalte de las estrellas se derrite y cae
cuarzo de satélites, sedimentos
de nuestro suelo brota un olor a incienso, a palo santo
Cuzco empieza a girar despacio. La develación.
La santa imagen que atacamos nos da una esperanza
el Inca y con el,
el  aquelarre.


“Es el fuego, el que vuelve a alzarse con su condenado”
Arthur Rimbaud


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Ana Claudia Díaz (Santa Teresita, 1983). Colabora con el taller de poesía de APOA en el Hospital B. Moyano. Publicó en la antología poética Pájaros en la frente (2011), la plaqueta de poesía plegable Vuelto Vudú  (2009) y el libro Limbo (2010) por Pájarosló editora –editado también en 2012 por La One Hit Wonder Cartonera (Ecuador)-, y Al antojo de las anémonas por Color Pastel (2011). Participa de diferentes encuentros de poesía y colabora con la sección de reseñas de Plebella y No-retornable. Vive en Buenos Aires. + info: www.anaclaudiadiaz.blogspot.com

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